Una Reflexión sobre la Responsabilidad del Amor
Nos enamoramos de la foto en Instagram. Del Husky imponente con ojos de hielo, del Pastor Belga atlético, del Bull Terrier carismático. Pero lo que los dueños después llaman "defectos" o se convierte en su mayor queja —que un Husky necesita correr kilómetros, que un Pomerania ama vocalizar, que un Pastor Belga necesita un trabajo— es lo que yo denomino, con un poco de ironía, "el encanto de la raza". Queremos la foto, pero no la realidad que implica. Queremos TENER la belleza, pero no estamos dispuestos a SOSTENER su esencia.
Los refugios están llenos de las consecuencias de este amor superficial. El Husky Siberiano, una de las razas más majestuosas, es también una de las más abandonadas. ¿Por qué? Porque queremos su belleza de lobo, pero no la responsabilidad de su energía inagotable. Queremos la inteligencia del Pastor Belga, pero nos quejamos de su intensidad cuando, aburrido y sin un propósito, se convierte en un "perro nervioso".
La mayoría de los abandonos ocurren cuando el cachorro alcanza la adolescencia, entre los 9 y 18 meses. Es justo el momento en que este "encanto de la raza" —su energía desbordante, su instinto cazador, su testarudez innata— se manifiesta con toda su fuerza, chocando de frente con las expectativas irreales del dueño.
No nos hacemos responsables. Culpamos al perro. Es "intenso", "incontrolable", "destructor".
El perro es el malo. Y esa es la mentira más grande que nos contamos.
Permítanme contarles una historia personal. En mi familia hay un Husky llamado Pablo. Es maravilloso. Mi hermano lo quiso, buscó un criador responsable, pero al año y medio, lo dejó en casa de mis padres. Su vida cambió, y la responsabilidad le pesó. Pablo, sacado de su hogar y de su gente, llegó a una casa extraña, estresado y sin límites claros.
Un día, mordió a mi hijo de 4 años en la cara.
No voy a negar el torbellino de emociones: el miedo, el shock. Pero mi enojo no fue con Pablo. Fue con mi hermano.
Pablo no era un perro malo. Era un perro abandonado emocionalmente, confundido y estresado, actuando desde su instinto.
En ese momento, teníamos dos caminos. El fácil: deshacernos del "problema". Sacrificarlo, darlo a un refugio. O el difícil: asumir la RESPONSABILIDAD.
Elegimos la responsabilidad. Contactamos a un etólogo. Mi padre aprendió técnicas de manejo y socialización. Pablo recibió obediencia básica. Mi hijo aprendió a respetar su espacio. Hoy, conviven en armonía.
El problema no era Pablo. El problema era la falta de compromiso humano.
Esto es BioVínculo. Es la invitación a dejar de querer mascotas como si fueran muñecos con botón de encendido y apagado. Es entender que si quieres un Pomerania, debes amar su necesidad de vocalizar. Si quieres un Pastor Belga, debes comprometerte con su necesidad de trabajar.
Es lo mismo que en nuestras relaciones humanas. Nos quejamos de que nuestra pareja no nos escucha, pero no le damos el tiempo para hablar. Nos quejamos del desorden, pero no establecemos límites claros.
La sanación de nuestros animales no empieza con ellos. Empieza cuando dejamos de desear "más" y empezamos a comprometernos "más". Cuando asumimos, con todo el peso y toda la belleza de la palabra, nuestra total RESPONSABILIDAD.